Semiosis

Las calles de Tampico me llueven de memoria un sol:
un ombligo de luz sembrado en la columna vertebral del mar.



Hace algunos días recibí una serie de correos en los que un amigo me explicaba los motivos por los que, según él, ha llegado a ser un buen semiota. Sobra decir que sus razones fueron para mí un excelente pretexto para recordarlo sin prisas y, al mismo tiempo, para recordar a todos aquellos que como él, como yo, poseen un indescifrable deseo de comprenderlo todo: un afán de disección que no pocas veces disfraza una encendida pasión por el absurdo, por el azar.
A lo largo del tiempo he conocido a otros excelentes semiotas, algunos que se dedican a elaborar un exitoso sistema sígnico de las actividades, maullidos o ladridos, de su mascota, otros de los textos de un autor determinado y algunos más del comportamiento de la mujer amada, siendo capaces de predecir con escaso margen de error desde qué seguirá a tal o cual gesto o movimiento de mano, hasta en qué lugar podría encontrarse a determinada hora del día. Así, el objeto de estudio varía de vez en vez, lo mismo varía la inteligencia de cada uno de estos individuos, siendo la observación y, ante todo, el amor al caos lo único que he podido encontrar como punto de unión entre todos ellos.
Por mi parte, esta pequeña nota no tiene otro objetivo que declarar mi completo fracaso en el campo de la semiótica en tanto que, sin saberlo, he pasado años enteros almacenando signos imposibles por impertinentes: trozos de luz, nubes, besos, arroz, palomas, también calles y rutas, laberintos y semáforos que me permiten, todavía, moverme con frialdad (y hasta con cierta facilidad) entre las calles de este puerto. Lo cierto es que ayer en cuanto comenzó a caer la noche, cuando las nubes comenzaron a teñirse de estrellas, cerré los ojos y esperé, como tantas veces antes, la llegada de un hombre de chaqueta gris y párpados violeta que nunca apareció. Lo mismo cuando el viento, con ese olor a espuma y agua, levantó la falda de mi vestido, esperé que las palomas bajaran hacia mí en la espera de la catedral y un par de ojos grandes que, por cierto, tampoco aparecieron. Puede ser que la distancia me haya convertido en una extranjera, tan sólo en una mujer de alas cansadas que esperaría, como una anciana, rostros, miradas, olores, que se negarían a sí mismos por irrepetibles o que tal vez nunca habrían existido.
Así, viajo perdida, como un hombre, como una mujer ciega por clarividencia: con las manos de mis ojos, con los brazos de mi memoria puedo predecir andando por estas calles todo lo que no va a ocurrir. Por estas calles soy una mendiga recogiendo piedras, luz, manos, muñecas, lagartos, sonrisas colgadas en los barandales de un puente porque lo que es a mí las calles de Tampico me llueven de memoria un sol… un sólo sol dispuesto al embrujo de un cuerpo que lo roce, un sólo sol de ecos de mil formas, un sólo aire de flor, de rosa pulpo de embrujo salado que se me insinúa en cada frase de amor, en cada esquina amiga, en cada abrazo y árbol y viaje y libro de café sombrero: lo que es a mí, la semiótica me dejó olvidada en el cajón de una ciudad, esa sí, desconocida.

3 comentarios:

Anonymous said...

El primer conocimiento al que debe acceder un semiota es el de la arbitrariedad del signo. Comprendiendo esta cualidad, lo que no es tarea fácil pues no pocas ocasiones despierta miedos y quita el sueño durante largas noches, ya se está un poco del otro lado y en terreno más fértil. Pero luego de ararlo y cultivarlo, de recorrerlo palmo a palmo, a la hora de segar, de cosechar los frutos, estamos ya en un nuevo dilema. Vemos -y esto puede helar los huesos- que los frutos son también signos, y que éstos podrían perderse en la mar de los signos, que es inmensa y para el hombre infinita. Entonces, hemos vuelto al comienzo y estamos, nuevamente, desvalidos. Peor aún, hemos quedado infectados de lucidez y esa luz que entra a nuestros ojos ya jamás será la misma, pues habrá siempre un abismo entre el rojo y el azul, entre el verde y el amarillo. ¿Habrá una cura para esta enfermedad?

Anonymous said...

Anónimo: la respuesta es NO, creo que usted ya lo sabía desde antes. Por cierto cómo me gustaría (se lo digo de verdad) que el anonimato fuera lo que debe ser, así podría con toda libertad decirle que estoy de acuerdo con usted en todo momento, que de verdad todo lo que me ha dicho me parece muy acertado que quizá podamos conocernos y caernos bien... pero no, sin que sonara a mal chiste. Gracias

Anonymous said...

Digo, gracias por seguir por aquí