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Ya la muerte no es un camino de sangre en las baldosas. Es ahora un escritorio vacío, cientos de búhos cristalinos, maderables, que nunca anuncian nada. Es quizá todas las palabras atoradas en la A de ausencia o de Amor en la garganta. Tal vez un tintinear de llaves, el ruido de unos pasos en la escalera, un perfume, una infancia (la mía), una voz que ya nunca y esta maldita sensación de orfandad que apenas.
A esto me refería cuando dije el huracán. Cuando el huracán, cuando todo se acabe, cuando el agua sea lo único que lo demás cubre, cuando la asfixia yo quiero estar aquí, en donde pertenezco. Y aquí estoy.