A la nave del olvido.
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a) Justificación.
No sé quién me lee. A veces intuyo quién lo hace. Puedo imaginar un rostro y otro, algunos ojos, alguna sonrisa a medias donde he colgado la añoranza almidonada: ahí como un cuadro familiar al que a veces vuelvo y no encuentro una sola línea conocida, que sea la misma textura, el mismo grosor, el mismo sentir mi mano deslizando un pincel imaginario que ahí la mantiene, incólume la sonrisa. No sé quién me lee y por ello cuento.
b) Hipótesis.
Hay mucho de catártico en no saberlo. Antes, cada vez que escribía, solía imaginar a alguien. El lector modelo fumaba sin parar. Llevaba de vez en vez barba cerrada. Una barba que dejaba al roce el aroma, un olor anhelado, hipnótico. Aquel lector modelo (consumado lingüista) había realizado un estudio semiótico de mi persona. Había ordenado mis sonrisas por colores y tamaño. Había pegado a mis pies la tinta, podía, en fin, encontrarme en todo sitio, en todo renglón, en todo silencio. Sabía esto que he descubierto. Lo sabía desde antes que lo escribiera. Nada pero la metaficción. Yo su personaje favorito. Yo el libro, la lectura. Sabía que hay para quiénes no la vida. Para quienes jamás la acción. Me había observado al anochecer y al despertar. Por ello, sabía que aquellos mis dientes brillantes, los labios, la sonrisa amplia, la voz, la carcajada, esperaban junto al espejo, dos pasos más allá del aro donde los pendientes, después del desodorante y el delineador, antes de la sombrilla porque la lluvia.
c) Desarrollo.
Cuento que hace un año era el sol mojando la piel, el sol cuando caminábamos ella y yo, sin prisas, sobre la arena. Hundíamos los pies en el polvo del agua, los pies que se perdían hasta que sólo quedaban nuestras uñas como conchas, como viejas casas de caracol, confundiéndose entre los escombros que el mar. Hace un año era también la nieve. Éramos nosotras bebiendo vino tinto en el baño de cualquier hotel. Escondidas. Sentir el viento más frío. El viento en el que de pronto el rostro y elevarse. Dejar de ser uno mismo y tener un inconcebible deseo de volar, unas piernas aladas, la levedad. Éramos en la nieve volando a través. Los copitos uno tras otro como plumas cayendo blandas, sin prisa, con el matemático rigor del caos. Yo mirando los espacios en blanco. Los espacios que no toca el cielo. Huecos aquí y allá sobre el concreto: primero el primer copo, coordenadas exactas, imperfectibles. Segundo, el segundo copo: no aquí donde mis botas mojadas, sino junto, más allá donde un hombre altísimo me mira, donde un hombre altísimo observa mi pequeñez y el tono de mi piel, impredecible. Soy un animal. Un ejemplar extraño. Una planta sin agua. Él mira mi piel, mi piel color orilla que me delata ahí, justo, en los lindes. Hace un año la pregunta. Un deseo de saber cuál es la estrella a la que yo atada. Cuál su luz con la que mis pies menos tambaleantes. Hace un año mi corazón henchido. Mi cuerpo sobre una cama prestada. Alquiler de lechos. Ahí yo con eso que jamás antes. Una súplica: un close up, bájame la lámpara un poco más.Con el techo, cerrar la toma con el techo. Un close up, señor director, aquí, con estos brazos, -por favor- en este olor, el fin.
c) Anexo 1. Los ancianos del café.
Hace unos días conocí a unos ancianos. Fue la sonrisa, señorita, su amable sonrisa. Un lindo carácter detrás de la sonrisa. Matrimonio seguro. Los hombres por montón. Eres más bonita sin lentes y más guapa con anteojos. Si yo tuviera su edad,otra cosa esta charla, una copa. Usted y nosotros una copa. Hace unos días conocí unos ancianos. Tú tienes la edad, mira, la juventud. Explícanos qué es eso, explícanos por qué hoy. Hace unos días conocí a unos ancianos. Yo crecí cerca del mar. Cuando el mar era azul y verde. Yo alguna vez amé, pero ahora nada y cuatro cajetillas diarias. Hace unos días conocí a unos ancianos. Platicamos durante más de un hora. Ellos tres en su mesa, bebiendo whisky. Yo ahí, con las manos vacías y un latte que no sabe a nada. Hablar. Hablemos de nosotros. No somos una máquina. Mira, tócame. Toca que soy tibio. ¿Eres tibia como yo? Yo tengo una vida. Tuve una vida y fui feliz en una cama de alquiler. Yo vi , veo a la vida pasar y me hace muecas. Hace unos días conocí a unos ancianos; nada, salvo la nostalgia -y ellos sin saberlo- nos une.
d) Anexo 2. El pintor callejero.
Me preguntó si podía dibujar mi rostro. ¿Me vas a cobrar? Nada te voy a cobrar, ¿no tienes dinero? Nada. Dinero, no. Me gustaba su voz. No su voz, aquella forma de cortar las frases. Al escucharlo, me parecía poder ver unos rotafolios gigantes en su cabeza: lista de verbos, lista de sustantivos, de artículos; era como si hubiese elegido el término exacto, entre miles el exacto, el único. Necesito que pares. ¿Mande? Que pares de leer 10 minutos y mires hacia allá, a esa puerta. Después se detuvo. Toca mi mano. La mira. La toca y yo ya no siento miedo. Ni miedo ni desconfianza. Somos dos seres humanos. Somos iguales. Tú y yo podemos tocarnos y jamás nada. Tocarnos para sentir que ahí hay alguien. Para menos solos en la multitud, ¿sabes? Tocarnos. ¿También lees el futuro? Sí, pero no en la mano, con éstas. Las cartas sobre la mesa. Tomo cinco: el viaje, la pereza, la abundancia, los sueños y el extraño. Todo me dice. Continúa con el lápiz mientras me observa de perfil, por debajo de la barbilla, mis pendientes. ¿Puedo preguntarte algo? Sí, claro. ¿Por qué estás triste? Dibujo ojos, muchos ojos, algunos felices, otros grandes, los tuyos... los tuyos brillan pero son tan tristes. Y en ese momento nada, pero las ansias de llorar.
e) Conclusión.
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