Para gritar.

Ya no puedo. Hay cosas que sé y no debería. El exceso de información, la memoria, el exceso de consciencia me trajeron a este punto. Quiero cerrar los ojos y dormir, pero el reggaetón me lo impide. Antes de bajar del metro, mi deseo era llegar y esconderme. Esconderme en el sueño. En ese maravilloso silencio. La voz de una argentina me retumba en los oídos. Tengo ganas de salir y jalarle el cabello. La detesto como si fuera la cifra de todos mis males. Tengo ganas quizá de contarle que Sophie Calle, en un hotel de Nueva Delhi, recibió una llamada que la fisuró. Que Calle borró su dolor con el dolor de otros. Quiero preguntarle si conoce a Sophie Calle y si sueña con lavabos blancos. Contarle que Sophie Calle en Nueva Delhi se quedó plantada, esperando a un hombre que nunca más volvió, y que el dolor -tan vanal- fue borrándose con el suicidio de quien no pudo soportar ser acusada del robo de un bote de crema. Yo también quiero borrar este dolor con el sueño. Con la historia de una mujer argentina que grita afuera de mi ventana su falsedad.  No es un acertijo es un callejón sin salida.



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