Despedida

Ayer desapareció mi mejor amigo. Supongamos que fue mi culpa; yo debí haberle dicho a su debido tiempo que los músculos de mi abdomen no eran tan resistentes. Ayer, mientras me alistaba para tomar un baño hirviente, él, mi mejor amigo, apareció en la puerta de mi casa con un ramo de flores multicolor. Parece que no le importó mucho verme tan ocupada, a punto de tomar un baño y con la prisa toda de salir al jardín a revisar mis nubes coposas. Entró y como si nada comenzó a hablarme de un barco de papel que se perdió alguna vez en la corriente atroz de un charco. Yo lo dejé pasar, pensé que él, que tan poco me conoce, podía haber advertido alguna vez que en ralidad yo no presto tanto atención a las historias de barcos, charcos y espadas calcinadas en azoteas perdidas. La conversación siguió por escasos minutos, por escasas horas y un par de noches y quizá hubiera continuado de no ser por mi sonora carcajada, ésa que se lo tragó, que lo hizo, poco a poco, desaparecer en mi vientre.