Latitud cero: Mis lunes, mis miércoles, mis viernes

A veces sucede así. Te levantas tarde por la mañana, corres al espejo, te cercioras de seguir pegada al cristal, te abotonas el pantalón más viejo, escoges la blusa menos arrugada, el mismo suéter. Después, continúas corriendo, ahora hacia la cocina, abres el refrigerador: leche agria, lechuga pegajosa y café que te hace pensar en un caracol, un queso duro, un yoghurt caduco sabor kiwi y fresa y decides que sería mejor tomar el jugo de naranja clonada que algún extraño ha olvidado en tu nevera. Sigues corriedo, ahora hacia el baño, muecas en el espejo para continuar bien el día: dos guiños, sonrisa chueca, sonrisa derecha, el pelo para acá, el pelo para allá, nariz arrugada, cara de seductora y terminas por lavarte los dientes como si estuvieras serruchando una colmena de bombones, con mucho ruido... así, como abjeas, con mucho ruido para despertar. Después, prosigues tu carrera hacia la puerta, la llave nunca aparece: San Pascual Bailón si me encuentras mis llaves te bailo un son: Colás, Colás, mujer de Nicolás, Ay que bonito baila la mujer de Nicolás, lo repites hasta asegurarte de que San Pascual Bailón está satisfecho y, ahora sí, corres de verdad hacia la parada del autobús. Desgraciadamente la ofrenda a San Pascual te ha robado un minuto, veinticinco segundos y cinco centésimas, lo que ha imposibilitado el tan esperado encuentro entre tú y el chofer hindú de las 8:28 AM. Te resignas y dejas de correr, esperas al chofer lento, al de las 8:33, sabes que vas a llegar a las 8:55 más siete minutos de caminatacasitrote, llegarás a las 9:01...después de todo no está tan mal. Llegas tarde a clase y luchas por descifrar las palabras en un inglés que, a esas horas, se asemeja más a un ininteligible protoeslavogermánico: And thou shalt love thy Lord thy God with all thine heart, and with all thy soul, and with all thy might. No alcanzas a ver el reloj y estiras el cuello para comprobar que en dos minutos el ruido del timbre-campana va a amenazar con despertarte. Sales del salón y corres, corres a tomar el autobús, esperando encontrarte con el chofer negro, el que pelea con su mujer durante el viaje mientras tú y el pelirrojo de los audífonos duermen hasta escuchar: Approaching Camino La Costa, Stop Requested. Son las diez quince y tienes dos horas y veinticinco minutos para dormir si quieres llegar a tiempo a la clase de las dos. Entras a la casa, el perro quiere salir pero decides dormir un poco, confiada en tu voluntad y diligencia pero, a veces sucede así. Te levantas tarde por la tarde y corres, otra vez, al espejo.

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