En una entrevista con Evelyn Picon Garfield (publicada en 1978 por la Universidad Veracruzana bajo el título Cortázar por Cortázar), Julio Cortázar recordaba haber recibido una carta en la que una joven, casi adolescente, expresaba su agradecimiento al autor de Rayuela por haberle salvado la vida. Si mal no recuerdo, en aquella misiva la chica narraba con naturalidad cómo, a raíz de un desencuentro amoroso, había decidido no vivir para contarla. Sin embargo, tal como suele suceder en estos casos, su inexperiencia le había impedido predecir que todo desencuentro implica forzosamente un nuevo y feliz encuentro: con la nada, con la pared, con la puerta, con una boca o, como finalmente sucedió, con un libro que nadie lee en cualquier mesa de cocina.
En estos momentos, yo también debería estar preparando una carta; esta vez para un autor desconocido, casi perdido en lo que, por nuestro pertinaz intento de nombrarlo todo, hemos de llamar la blogósfera. Esa carta no la escribiré, a cambio venga el haberme rescatado, para bien o para mal, de los dedos silentes.
En este nuevo espacio he decidido conservar algunos de los textos con los que inicié mi incursión en la red. Algunos de ellos se encontraban en este mismo sitio, otros los he mudado de lugar quizá por mi ingenuo temor de perderlos para siempre en no sé qué infinitos cibernéticos. Sobra decir que a los demás no intenté rescatarlos de su triste suerte, que se pierdan como se ha perdido lo que les otorgaba un lugar en este mundo.
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3 years ago