Por favor, sea feliz...
-¿Me miras dolorsamente, amigo mío? Sí, sí; la vida
es triste, y así has de verlo, aunque seas tan joven.
“Tobías Mindernickel”
Thomas Mann.
Hace un par de días, instalaron junto a mi departamento una de esas oficinas promotoras por medio de las cuáles las sucursales bancarias, las tiendas departamentales y los autoservicios ofrecen filiaciones y tarjetas de crédito a los posibles clientes. Los nuevos vecinos habrían pasado totalmente desapercibidos de no ser por los extraños rituales que, a eso de las nueve de la mañana, efectúan diairamente.
Valga decir que, durante los últimos cinco meses, mi vida ha transcurrido entre el sopor y el insomnio. Me satisface afirmar que, no sin mucho esfuerzo, me he convertidoen un ser noctámbulo; de tal manera que mi día comienza entre las doce y la una de la tarde y termina entre dos y tres de la mañana. No obstante, ajenos a mis costumbres gatunas, estos hombrecillos amenazan con destruir, sin el menor reparo, toda la placidez que me había granjeado.
Todo comienza con unas palabras apenas audibles: uno, dos, tres, cuatro, cinco... así, como en murmullo y continúa por toda una hora con gritos desesperados de una especie de líder (mezcla de boy scout y Miguel Ángel Cornejo) que entona coros, porras y canciones infantiles hasta llegar a las más elevadas proclamas de felicidad y entusiasmo que, por supuesto, son respondidas por el quórom (conformado, si mis oídos no me engañan, por unos nueve o diez promotores) con una retahíla de réplicas aprendidas a lo largo de los meses.
(¡Queremos una persona!, ¡ positiva, bien prendida!, ¡un, dos, tres!, ¡éxito!)
De acuerdo con la información que he podido rescatar, este ritual se repite (y se repetirá) diariamente a la misma hora con la finalidad de lograr (y cito textualmente) “que los empleados mantengan una unión entre mente y espíritu” y, al mismo tiempo, conserven una actitud positiva ante la vida y la misión que les toca cumplir.
Yo, humildemente, mientras yacía sobre mi cama insomne, he recordado un pequeño cuento de Thomas Mann, titulado “Tobías Mindernickel”. Dicho cuento narra la historia de un hombre solitario quien, debido a su extrañeza y sobriedad, es despreciado y agredido por el resto de la sociedad. A pesar de ello, Tobías Mindernickel posee un comportamiento curioso: es capaz de sentir compasión e incluso placer ante el sufrimiento ajeno. La felicidad de Mindernickel no es, como podría pensarse, producto de la dulce venganza; por el contrario, Tobías goza de paliar el sufrimiento, de ese sentimiento de superioridad que produce el ser el ancla, la mano salvadora que alivia todo dolor y acalla todo anonimato. De esta manera, Mindernickel lleva consigo a Esaú, un perro cazador que se convierte en su única compañía, a grado tal que Tobías pasa la mayor parte de su tiempo atendiendo al nuevo inquilino. Sin embargo, las desaveniencias entre ambos no tardan en surgir: Mindernickel es incapaz de soportar los juegos y los arranques de felicidad del pequeño Esaú. Así, a cada voltereta, un golpe; a cada expresión de contento, una rabieta. La situación parece normalizarse un día cualquiera que Esaú, entre tanto juego, cae lastimosamente sobre un cuchillo, provocándose una herida en la paletilla. Después de este accidente, Mindernickel se dedica a cuidar amorosamente de su mascota hasta que, al llegar los primeros signos de recuperación y felicidad, la rabia comienza a inundar a Tobías: una puñalada bastaría para que Esaú descansara, quieta y tristemente, junto a Tobías Mindernickel.
Ahora, cada mañana temo que alguno de aquellos empleados, embargado por la tristeza, se niegue a contestar las porras y los vitoreos : “Preferiría no hacerlo”, puedo escuchar. No me extrañaría encontrarme con un cadáver de ojos tristes en la entrada de mi departamento, mientras yo, en mi cama insomne, pienso ya en mudarme de casa.
5 comentarios:
- Q. Johnson said...
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Orale, que loco eso de no poder dormir, no me sabía esa nueva noticia de tu morada... Cambiando de tema, debo decirte mi estimada amiga, que es grato leerte, me gusta mucho como lo haces...
Me agradaría leer ese cuento del cual hablas, porque no se que tan bien haya entendido que no se puede aspirar a la supuesta normalidad, cuando uno se ha creado un mundo diferente. -
7/12/06 9:17 PM
- Luis Gonzalí said...
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Mmm, me pasó lo mismo con los foquitos de navidad de mi casa, lo único bueno es que ellos no gritan felicidad, sólo la parpadean...
Me da gusto que retomes tu blog, ya te he dicho que intento leer al menos una vez al día algo inteligente, y tu blog siempre me saca del apuro...
Un abrazo eliza... -
8/12/06 11:41 AM
- Luis Gonzalí said...
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Mmmm, se me olvido en el comentario pasado decirte que deberías postear aquel que termina: "pero por favor, alejenme del artista"... Ese tiene frases muy chidas... Será rescatable todavía?
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8/12/06 11:58 AM
- Anonymous said...
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Minimalista: acaso compruebo la teoría, no por todos ignorada, de que cada uno lee lo que quiere leer. Siempre es así, el cuento debes leerlo porque segura estoy de que lo que yo leí no es sino reflejo de mis propias mutilaciones. Te lo prestaré el día que me regreses La invención de Morel.
Luis: ambos tenemos la opción de mudarnos de casa. El texto al que te refieres lo puedo mandar para ti, no lo publicaré porque estoy tratando de reformarme y tan sólo recordarlo me causa agruras. -
8/12/06 5:29 PM
- Unknown said...
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me gusta la circularidad del texto, y el manejo de otros textos para crear el propio.
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21/12/06 3:16 PM
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