Diles que no me maten

Diles que no me maten… diles que no me maten parecía decir la última mirada de Hussein; ésa que recorrió los hogares de miles de televidentes y que aún ahora sigue atrayendo a millones de cibernautas y noctámbulos. A pesar de que el vocero oficial de Raghad y Rana, hijas del ex mandatario iraquí, expresara el orgullo de ambas ante la valentía y entereza con la que Saddam enfrentó a sus verdugos, a mí aquella mirada, el rostro desencajado que dejaba ver la ausencia de un pelotón de fusilamiento, sólo me recordó la mirada de un hombre, cualquier hombre, esperando, también desierto, la llegada de la muerte. A mi parecer, la polémica que ha desatado la utilización de la horca como una forma legal de castigo, las numerosas llamadas de desaprobación a dicho instrumento, tildado de barbárico por desuso, no han logrado sino desviar nuestra atención como un final de partida, como una habitación con dos ventanas y un perro de trapo cojo. Y es que el pueblo iraquí, poseedor de poderosísimas armas biológicas jamás encontradas, ha decidido, en un derroche de humildad, condenar a la horca a uno de los hombres más peligrosos del orbe entero. Invitémoslos pues a sumarse a la era tecnológica, al uso de tanquetas e inyecciones letales u otros métodos no reprobables y socialmente aceptados como la cámara de gas y la silla eléctrica que, además, tiene la ventaja de recordarnos que el olor a carne quemada es el mismo en todas las especies del reino animal o ¿por qué no? al empleo de procedimientos como el utilizado con Terry Schiavo en la Florida, esto es, la supresión de líquidos y alimentos por más de 10 días. Por supuesto, sea este último el más recomendable ya que tiene la indudable ventaja de ser lo suficientemente lento para que el procesos pueda ser videograbado durante varios días consecutivos, de manera tal que el consumidor posea no una, sino múltiples miradas de muerte que, sin lugar a dudas, romperán el record de visitantes en Youtube.

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