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Perpetua declaración de odio
A quien resulte responsable.
Una sola vez vi al mar
mecerse en sus propios brazos.
Una sola vez
y me arrepiento.
La playa que yo vi,
cómo decir:
era una mujer dormida de alas abiertas,
(frágil empeine, voluble seno)
un trozo de nube sobre la orilla.
Yo, medía su pulso:
un reloj de arena entre mis puños
hambrientos de espuma,
me dictaba sola música impoluta.
Después de aquel,
otros mares han cruzado mi camino:
mujeres de tacón y uñas pintadas,
peinados de salón
perfume dulce.
(el recuerdo no es más que una osamenta,
un ladrón furtivo tras
la esquina del tiempo)
Tabla por tabla,
concreto sobre concreto,
aquel otro mar
reposa en paz
en mi memoria.