Los xalapeños saben subir y bajar; la anarquía de la ciudad los ha impulsado a crear un código propio de ubicación. Yo, a fin de cuentas extranjera, aún pasó algunos segundos meditando cuando, al preguntar por una dirección cualquiera, alguien me indica que debo seguir “acá para arriba” o “todo para abajo”. Por supuesto, esto no me ocurre cuando el arriba y el abajo son perfectamente distinguibles, pero sí en calles, parques y avenidas que a mi entender no llevan a ningún arriba como a ningún abajo. Supongo que en algún punto de la calle debe existir una descomunal “subida” o una impactante “bajada” que marca con precisión qué debe entenderse por para arriba o para abajo. Como no he nacido aquí, con ese cromosoma extra que debe prepararte para ver a través de la neblina, para suponer que todo taxista conoce de antemano hacia dónde va, para no sorprenderme cuando los autobuses dan rodeos inútiles, para soportar la lluvia, el sol, el frío y, con algo de suerte, el granizo en un mismo día, me ocurren día tras día pequeños incidentes que me hacen recordar que soy ajena.
Algunas veces, cuando camino por Enríquez o Clavijero, justo a las dos y media de la tarde, me parece que todos los que estamos en esta gran pecera actuamos por puro instinto. De alguna manera habrá que sobrevivir en una ciudad que grita con todas sus fuerzas que quizá nunca debió haber existido. Las lluvias torrenciales exacerban este ánimo de supervivencia; en esas circunstancias, el instinto, dependiendo de la persona, nos conduce a dos posibilidades: paso lento y paso rápido. El paso lento es para aquéllos que, conscientes de su impotencia y, al parecer, ignorantes de la exagerada estrechez de las calles, deciden bloquear el camino de todos aquéllos que prefieren el paso rápido. Cabe anotar que el paso lento es, generalmente, propio de los nativos de esta región. Por otra parte, los del paso rápido optan por la multitud, por hacinarse eufóricos debajo de los pequeños techos de algunas tiendas, por rendir culto a los taxistas, amos y señores de esta ciudad, atropellando con sombrillas y empujones a los amantes del paso lento. Para mi, lo único relevante es que ni unos ni otros logran domeñar el ánimo de la montaña, de los árboles y la neblina, que se asoma, contundente, sobre las horas de propios y extraños para recordarnos que el nuestro, rápido o lento, es tan sólo un paso.

2 comentarios:

Pac Morshoil said...

A veces, me quedo parado a media banqueta, o a media calle, como esperando ser atropellado por un caminante -lento o rápido, da igual- o por un microbús atestado de pasajeros malencarados. A veces hay cosas que vale la pena ver por unos segundos más.

Espero todo vaya por buen camino, y que la realidad sea menos oscura de lo que aparentaba, por poco probable que pareciera en un principio.

Un abrazo, muxer.

Anonymous said...

Entré a su blog e intenté (realmente lo hice) escribir esto:

"Observación:

Quizá usted no note esas ínfimas elevaciones y depresiones que hay en Xalapa; acaso no ha reparado que son inexistentes las rectas calles en esta ciudad. Simplemente no las hay, están equivocados los topógrafos que afirman lo contrario. Un xalapeño lo sabe, lo lleva en la inconciencia, no sé si en los genes; es decir, cuando dice suba por esa calle dos cuadras y al llegar a la esquina doble a la derecha y baje hasta llegar a una tienda, extranjera, como ha dicho, no es capaz de percibir que, la primera calle, recta en apariencia, alcanza una altura máxima de dos centímetros en su cenit (imperceptible para usted) respecto al punto en el cual pidió la referencia; y al doblar la esquina, se inclina tres centímetros, y entonces el xalapeño le advierte que la altura se modificó, que se prepare, porque se avecina una bajada, indescifrable para su ojo extranjero..."

Entonces me sentí ridículo y no pude finalizar mi comentario, mas quise dejar lo poco escrito, pues lo consideré necesario.