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Y qué va a ser de mí, que llevo mi cuerpo pegado a mí misma
−No te chupes el dedo porque tiene gusano.
Y la niña mira hacia muy arriba, muy cerca del cielo y de la cornisa y del rostro de su madre. La chiquilla no advierte mi presencia, aunque la madre me lanza de sopetón una sonrisa cómplice, demasiado evidente como para que yo no sonría y me ponga a mirar también el cielo y los pájaros y la cornisa y las diminutas gotas de agua que de vez en vez caen sobre mi hombro derecho.
−Ash, que no te chupes el dedo. Te he explicado muchas veces que tiene gusano.
Esta vez la niña baja la cabeza, resignada a escupir el diminuto pulgar que había venido saboreando por tanto tiempo. Después mira hacia los lados: un coche, otro coche, otro coche, uno rojo, un autobús…
−¿Es ése mamá?− pregunta, e inmediatamente después vuelve a cobijar el dedo con sus labios.
−No, ése no es. Cuando venga el que es te aviso y por favor sácate ese dedo de la boca porque el gusano te va a comer la panza.
Ante esta nueva revelación, la madre vuelve el rostro hacia mí, buscando quizá la sonrisa complaciente que ya no puedo esbozar, porque engullo con placer mi pulgar siempre ávido del muelle de la boca, de las palabras de mi lengua…
−No te chupes el dedo porque tiene gusano.
Y la niña mira hacia muy arriba, muy cerca del cielo y de la cornisa y del rostro de su madre. La chiquilla no advierte mi presencia, aunque la madre me lanza de sopetón una sonrisa cómplice, demasiado evidente como para que yo no sonría y me ponga a mirar también el cielo y los pájaros y la cornisa y las diminutas gotas de agua que de vez en vez caen sobre mi hombro derecho.
−Ash, que no te chupes el dedo. Te he explicado muchas veces que tiene gusano.
Esta vez la niña baja la cabeza, resignada a escupir el diminuto pulgar que había venido saboreando por tanto tiempo. Después mira hacia los lados: un coche, otro coche, otro coche, uno rojo, un autobús…
−¿Es ése mamá?− pregunta, e inmediatamente después vuelve a cobijar el dedo con sus labios.
−No, ése no es. Cuando venga el que es te aviso y por favor sácate ese dedo de la boca porque el gusano te va a comer la panza.
Ante esta nueva revelación, la madre vuelve el rostro hacia mí, buscando quizá la sonrisa complaciente que ya no puedo esbozar, porque engullo con placer mi pulgar siempre ávido del muelle de la boca, de las palabras de mi lengua…