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Resumen altamenteNocturnibombástico de las mujeres que conocí con Pavo y vino
He conocido mujeres. Mujeres diamantinas. Cuellos largos. Mujeres de uñas perfectas, de vientre plano y ombligo perfumado. También he conocido mujeres de ojos gigantes, de ésas que hablan con la lluvia y se olvidan de sí mismas en el acuático misterio mientras andan tan descalzas como nubes. S, por ejemplo, mira al horizonte desde la cima, una cima muy alta para mis manos, muy elevada para mi corazón de poca altura. A, lo atrapa todo con la mirada. Intuye el susurro de dios a través de sus enormes ojos de maple. Me muestra. Me muestra el rayo del sol pataleando entre los árboles; me muestra mi rostro después y es como si lo viera por vez primera. Me muestra un gusano tejedor y yo también caigo rendida. Yo también, resulta, que casi intuyo a Diosconmayúscula.
A, como S, escribe sobre los sueños. Ambas sobre sueños amarillos. Sueños que yo también quiero soñar cuando cierro los ojos y pienso en los enormes ojos de ambas que lo iluminan todo. Porque S y A, las dos, viajan con sonrisas amplias por cielos que yo desconozco.... y encienden aquí y allá, y borran acá y allá y dibujan y vuelven a soñarlo todo desde el principio.
Conocí a mi madre y a la madre de mi madre y vi en ellas un llanto lejano; un llanto muy escondido primero en la primera arruga de la frente, después en el rostro todo vuelto río. Conocí a la madre de mi madre e intuí los ojos tristes. Ojos cansados de dar. Ojos tristes de sólo olvido.
Conocí a las que ostentan nombres divinos: diosas de la noche, princesas, heroínas. Las vi llevar su nombre y convertirse en mujeres. Las vi desenterrar la flor de su oído izquierdo. Las vi caer y aborrecer su linaje. Las vi desnombrarse y volverse a nombrar. Las vi correr y andar sobre sus propias piernas. Las vi tejerse la historia con una sola mano.
Conocí mujeres suaves, pero no tan suaves como las mujeres duras. No tan suaves como S y su abrazo furtivo, o como SA y su abrazo incierto y duradero, largo como una larga vida, amoroso como un silencio oportuno.
También conocí mujeres hermosas. Mujeres de bella nariz y mujeres pequeñas, como SL y su carcajada cura, o como K y su blanca sonrisa blanca. Ellas también escriben. K escribe para no olvidar-Se. Escribe así sin escribir. Escribe en la corteza de los árboles. En los días que van sobrando. En los calendarios viejos. En mi cara. En mis ojos escribe K su vida como un remanso de saberla allí, escribiendo.
SL escribe y tiene miedo. Tiene miedo de no escribir la letra adecuada, de no borrar el nombre propicio. SL escribe a hurtadillas, pero escribe y su voz la escuchan todos aunque no ella no la alcanza.
Conocí a A, y aprendí a no usar palabras. Aprendí a reír como ella llora. A dejar de hablar y sólo estar. A siempre mano en el hombro. A soñando con pasos perfectos. Conocí a C y la pasión de lo imposible. Vi a mis sobrinas crecer y convertirse en mujeres conocidas. Vi a mujeres conocidas convertirse en sombras desconocidas.
He conocido mujeres. Mujeres diamantinas. Cuellos largos. Mujeres de uñas perfectas, de vientre plano y ombligo perfumado. También he conocido mujeres de ojos gigantes, de ésas que hablan con la lluvia y se olvidan de sí mismas en el acuático misterio mientras andan tan descalzas como nubes. S, por ejemplo, mira al horizonte desde la cima, una cima muy alta para mis manos, muy elevada para mi corazón de poca altura. A, lo atrapa todo con la mirada. Intuye el susurro de dios a través de sus enormes ojos de maple. Me muestra. Me muestra el rayo del sol pataleando entre los árboles; me muestra mi rostro después y es como si lo viera por vez primera. Me muestra un gusano tejedor y yo también caigo rendida. Yo también, resulta, que casi intuyo a Diosconmayúscula.
A, como S, escribe sobre los sueños. Ambas sobre sueños amarillos. Sueños que yo también quiero soñar cuando cierro los ojos y pienso en los enormes ojos de ambas que lo iluminan todo. Porque S y A, las dos, viajan con sonrisas amplias por cielos que yo desconozco.... y encienden aquí y allá, y borran acá y allá y dibujan y vuelven a soñarlo todo desde el principio.
Conocí a mi madre y a la madre de mi madre y vi en ellas un llanto lejano; un llanto muy escondido primero en la primera arruga de la frente, después en el rostro todo vuelto río. Conocí a la madre de mi madre e intuí los ojos tristes. Ojos cansados de dar. Ojos tristes de sólo olvido.
Conocí a las que ostentan nombres divinos: diosas de la noche, princesas, heroínas. Las vi llevar su nombre y convertirse en mujeres. Las vi desenterrar la flor de su oído izquierdo. Las vi caer y aborrecer su linaje. Las vi desnombrarse y volverse a nombrar. Las vi correr y andar sobre sus propias piernas. Las vi tejerse la historia con una sola mano.
Conocí mujeres suaves, pero no tan suaves como las mujeres duras. No tan suaves como S y su abrazo furtivo, o como SA y su abrazo incierto y duradero, largo como una larga vida, amoroso como un silencio oportuno.
También conocí mujeres hermosas. Mujeres de bella nariz y mujeres pequeñas, como SL y su carcajada cura, o como K y su blanca sonrisa blanca. Ellas también escriben. K escribe para no olvidar-Se. Escribe así sin escribir. Escribe en la corteza de los árboles. En los días que van sobrando. En los calendarios viejos. En mi cara. En mis ojos escribe K su vida como un remanso de saberla allí, escribiendo.
SL escribe y tiene miedo. Tiene miedo de no escribir la letra adecuada, de no borrar el nombre propicio. SL escribe a hurtadillas, pero escribe y su voz la escuchan todos aunque no ella no la alcanza.
Conocí a A, y aprendí a no usar palabras. Aprendí a reír como ella llora. A dejar de hablar y sólo estar. A siempre mano en el hombro. A soñando con pasos perfectos. Conocí a C y la pasión de lo imposible. Vi a mis sobrinas crecer y convertirse en mujeres conocidas. Vi a mujeres conocidas convertirse en sombras desconocidas.
En suma... mujeres altas, de senos grandes, alicaídas, enamoradas, semivendidas, de labios rojos, de cuerpo fino, acharoladas, prostituidas...