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Kill all my demons and my angels might die too
Tennessee Williams
Hay seres evanescentes. Prestidigitadores, llevan entre medio y anular única moneda; palabras detrás de la oreja sólo una: la justa. Si han de elegir, prefieren el laberinto. Pero memoriosos, ha de ser en el menor tiempo posible: el vocablo más corto: el algoritmo.
Los demás, lugar. Común.
No habrá ratonera capaz. No muro tan alto ni legión bastante.
Ya del otro lado del cerrojo, manifestación de lo que ahí: sobre tu plato, a la orilla de tu cama. En todas las líneas de pronto esa lengua extraña, espiando detrás de los cristales cuando el baño matutino, o más allá, digamos en la voz secreto, en el salivar ante el trozo de chocolate amargo sobre la mesa, tal vez en tu cuerpo húmedo, en el más bajo deseo, en la boca que ya de una, la que desaparece.