And so it is o de por qué este hartazgo

I
Qué pasaría si un hombre mayor se acerca a mí. Digamos que un hombre cuya determinación es cruzar la línea, una invitación que es una sola estocada. Qué pasaría si a ese hombre no le tiembla la voz ni el bolsillo y elige los vocablos como eligiría la cena. Habla despacio. Yo siento que el suelo se mueve y soy presa de un levísimo mareo porque hay en él algo que me repele pero que al mismo tiempo me atrae. Pienso en vomitar. Me da tos. El hombre me ofrece algo de beber. Yo observo el lugar y me detengo en un cuadro. Una reproducción del Narciso de Caravaggio. Pensemos que de pronto me he convertido en una gota a trasluz. A través de mí ve los colores todos de mis deseos. Insinúa que con la mano en la cintura y detesto ese gesto voraz en su rostro. Huele mi curiosidad. Ha adivinado que pienso que en mí no hay nada de sofisticación. Nada nuevo bajo el sol, diría yo. Él usa la palabra quintaesencial. Yo sonrío porque no sé reaccionar de otra forma.  Miro a través del cristal. Imagino una vida así, esperando mientras observo a través de la ventana el deslucido cielo de la ciudad. Afuera la vida sigue; los autos corren a la misma velocidad, como si sus conductores estuvieran resueltos, ansiosos de llegar al infinito atrapado en el dios del tiempo, el semáforo. Fantaseo con saltar.
II
Qué pasa si camino por la calle. Ningún parque cercano, ningún parque lo suficientemente embriagador para mi apetito. Prefiero caminar por la ciudad. Imaginemos que prefiero atardecer andando. Camino con un paso constante. A ratos troto, pero si me place me detengo a espiar a través de las rejas un jardín. Espero el encuentro con una magnolia y sonrío, esta vez auténticamente porque pensemos que soy feliz, que una felicidad que moja me envuelve, que mi cabello se pega a mi rostro, que floto. Me concentro en la respiración y continúo caminando. Qué pasa si a bordo de un auto rojo unos cinco hombres. Qué pasa si esos hombres comienzan a gritar, a llamarme como si fuera un perro. Qué pasa si con las palabras me usan y yo me asfixio. Los miro con desdén y sé que hay un pez en el centro de mi pecho. Un pez que mordisquea los contornos, que quiere salir por mi garganta. Los ojos me van a estallar. Qué si adentro de mí surge un rencor añejo. Qué si pienso que yo no los he molestado, que nunca -ni loca de deseo- he molestado a ningún hombre, que jamás a ningún hombre lo he llamado como a un perro. Qué pasa si los ignoro y continúo andando con la mandíbula tensa y los ojos llorosos. Qué si detienen el auto unos pasos más adelante y los coches en tropel me impiden cruzar el Eje 5. Qué si decido seguir andando y dos de ellos se bajan para invitarme a subir. Qué si me humillan con las palabras. Qué si me impiden el paso. Qué si a nadie le importa el lenguaje donde ya mi cuerpo, un cuerpo, es de ellos. Qué si hombres y mujeres pasan de largo. Qué si no puedo huir. Qué si me avergüenza el asedio por temor a que sea confundido con una variante de la vanidad. Qué si miento y finjo que mi agitación es por la caminata. Qué si cuento que la ciudad es hermosa y llego sonriente al café donde ya alguien me espera. Lo abrazo.

5 comentarios:

Anonymous said...

No te sientas tan bonita
Cara de rata...
Si así como te vi no creo que sea tan cierto lo que escribiste

Luis Gonzalí said...

Neta este guey tiene esquizofrenia... De cuantas formas distintas se ha manifestado?? jajaja...

Elizabeth said...

Jaja, pues ni quiero llevar la cuenta. Desde la secundaria no vivía este tipo de experiencias.

Pablo Violante said...

me gusta el titulo de disneylnd el amor :D saludos :D

Elizabeth said...

Gracias, Pablo, qué chido que andas por acá. Saludos.