Miau

Hace un par de semanas que mi vecino gatuno, Willy, no para de llorar. No tengo la menor idea de qué le pasa. A veces, por la madrugada, su dueña desesperada le grita: ¡Willy, tranquilo! ¡Willy, ya cállate! Cuando llegué a vivir a esta casa Willy no lloraba. Era un gato más bien tranquilo; por las tardes se recostaba en la azotea de junto y cada vez que yo maullaba, él contestaba con otro maullido. Así nos comunicamos durante un par de meses. Si él decía miau, me asomaba a la ventana y por más ridículo que parezca yo hacía lo mismo. Lo curioso es que generalmente no le contestaba a nadie más. Supongo que lo agudo de mi voz simula mejor el maullido de un gato. Supongo también que quizá intuye que yo tengo necesidad de él, de verlo ahí revolcándose con el primer rayo del sol. Por eso intenté enseñarle a subir a mi habitación. Comencé a dejar abierta mi ventana por las noches pues pensé que llamándolo continuamente, un día se le ocurriría subir y acompañarme mientras duermo: tenderse como gato sobre mis pies o mi pecho, ronrronear largo, lamer el dorso de mi mano por las mañanas. Yo lo recibiría con una lata de atún, habría comprado alguna pelota o yerba gatera con la única intención de que me permitiera tocarlo, fingir que somos dos, él mío y yo suya por completo.
Desde que Willy comenzó a llorar una inquietud creciente se apoderó de mí. Primero pensé que estaba herido, que quizá lo habían envenado y estaba muriendo. Eso pensé. Esos lamentos no podían ser sino de un moribundo. Cuando los maullidos se prolongaron más de lo normal, comencé a observar con más asiduidad desde mi ventana. A los días descubrí que Willy ya no salía a la azotea ni a las escaleras, pero lo encontré agazapado debajo de un auto. Ahí se mantiene. A veces camina un poco y se tiende en los escalones más bajos, después regresa y se esconde detrás de cualquier cosa. Hace unas noches bajé a verlo. Estaba ahí, en plena madrugada, hecho una bola. Me acerqué y me dejó tocarlo. Lo acaricié durante unos minutos, minutos de inmenso placer para mí. Sin embargo, Willy no se tranquiliza del todo, cesa un momento y al poco continúa con su queja.
Los maullidos de Willy no me dejan dormir. Son un llanto. Son lastimeros y terribles. De día puedo soportarlos, los ignoro. De noche me sobresaltan, me angustian por incomprensibles. No sé que hizo que Willy decidiera alejarse así del mundo. No sé de dónde viene su dolor y esa es una pregunta, por más tonta, que no me abandona. Willy llora y yo intento acostumbrarme a su tristeza, esa que como la mía a ratos, viene de quién sabe dónde, la que no puedo leer, la que me sobrepasa.

2 comentarios:

kno said...

Oye me gustó, en serio me gustó, pero no puedo evitar mencionar que me recordó a Alfa, un gato, y se llama Willy.

Problamente llora por que vecino estaba viendo Alfa y lo escuchó gritar Willy!!! y pensó que iba por el a comérselo :P

Elizabeth said...

Tú siempre con tus teorías alternas. Curiosamente van dos días que Willy no llora tanto, por las noches sí.