Under Pressure

Nunca he sido asidua a las fiestas. Escucho hablar a quienes se declaran enamorados de la noche, del beat, de ese sudor que todo lo transforma en cuerpo; adictos a esa sensación de perderse en la multitud de cabezas que a un solo ritmo, hablan y me maravillo. Los escucho con los ojos bien abiertos, sonrío como los niños cuando escuchan historias de alfombras flotantes y barcos que desaparecen en la mitad del mar. Yo no siento ese placer; soy incapaz aunque en ocasiones me agobia una imperiosa necesidad de fiesta, de ese tipo de fiesta. Acostumbrada a no detenerme, el fin de semana me dispuse a cumplir mi deseo. Sobra decir, puesto que muchos lo saben, que prefiero los lugares gay, declaradamente gay, a los denominados buga. No sé a qué obedece tal predilección, pero supongo que la tensión que enrarece el ambiente, ese sesgo en la intención de los "caballeros", siempre a punto de la pelea, me provoca cierta repulsión, repulsión que después de dos horas se convierte en hastío.
Así pues, el sábado acepté ir a uno de los antros gay de la ciudad. Nos colocaron en la zona VIP. Cada vez que me siento ahí no puedo dejar de sentirme extraña. Me siento comprometida a consumir más, a bailar sobre los sillones o alguna de esas cosas que complacen a los que miran desde la pista. En mi mesa nos encontrábamos un par de amigos, una mujer y tres hombres más que yo no conocía. Dos de ellos eran muy jóvenes. Uno rubio, de ese rubio que no termina por desagradarme, y otro, el menor, demasiado menor. Se presentó conmigo y yo no pude evitar perderme en su belleza. Imposible describirla. El cabello, hermosamente castaño y lacio, rozaba ligeramente su mejilla. Su blancura, sus labios como delineados, los ojos grandes, la nariz perfecta. Pronto me di cuenta que aquel niño era el centro de las miradas. El centro de los cotilleos en la pista, las mesas ajenas e incluso en la propia.  Apenas me senté, me informaron que efectivamente era muy joven, recién salido del closet y además sobrino de un conocido funcionario de la televisión mexicana.
La fiesta comenzó. Yo, que esa noche llevaba todo el ánimo festivo y además me enteré de que no tendría que pagar nada de la cuenta, la disfruté cuanto pude. En algún momento decidí sentarme. Fue entonces cuando el niño, que debido al acoso había tardado más de cuarenta minutos en el baño, se acercó a mí.
-¿Tú eres lesbiana?- me preguntó.
-No, yo no soy lesbiana.
-Yo tampoco soy gay -me dijo-, y necesito que hables conmigo porque mira, este de café que está ahí... ese, lleva toda la noche acosándome y a mí no me gusta, para nada me gusta.

A partir de ahí comenzamos a charlar. Le pregunté por qué había besado al chico rubio, apenas mayor que él, si acababa de intentar convencerme, de todas las maneras posibles, de que él no, no era gay. Me contestó que quería experimentar. Por mi parte le dije que me parecía bien, hablé sobre todas las teorías respecto a la homosexualidad que conozco y, en suma, él me escuchó de buen grado hasta que, mirándome con esos ojos que de verdad me distraían de mi disertación, espetó: ¿Y entonces por qué no experimentas tú? Le contesté que si sintiera los ánimos de experimentación, como él parecía sentirlos, seguramente lo haría sin pensarlo demasiado, pero que simplemente no había encontrado a alguna chica "adecuada". -¿Adecuada?- dijo en tono burlón-, imagínate que yo me la pasara esperando al adecuado.
No le contesté. Él continuó hablando, como refugiándose en mí -la heterosexual. Me dijo que las chicas lo enloquecían, yo lo miraba y me continuaba pareciendo realmente lindo pero en verdad no iba a agregar a su agobio un acoso más. Me contó, como una simple excusa, como todas sus justificaciones, sobre su última novia: la había llevado a Nueva York, había comprado para ella todo lo que quiso y de pronto el hartazgo.
-¿Por qué me usan?- me preguntó- ¿por qué quieren que pague todo? ¿por qué pago todo?
Tampoco supe muy bien qué contestarle.
-Tiene que ver con el tipo de chicas con las que sales, ¿sabes? Hay otro mundo afuera de tu mundo. Quizá también te gustaría conocer otro tipo de chicas.
Me preguntó por esas chicas, dónde y cómo encontrarlas. Me contó del encanto que le había producido salir con un hombre que pagó su cena y la entrada al cine. Yo intenté explicarle el fundamento social de todos aquellos compromisos, ese deseo de dominar, de exhibir suficiencia y poder, traté de explicarle el placer de las cuentas compartidas, de las caminatas, de los paseos que cuestan quince pesos. Él me escuchaba sin dejar por un momento de mirarme. Me decía que sí, que él había pensado en eso, me daba la razón, asentía y abría los hermosísimos ojos castaños que para entonces se volvían gigantescos. Él por su parte me habló de la ciudad, de la vida en su ciudad, en sus calles, en los sitios que frecuenta. Me contó con detalle cómo la semana anterior lo habían secuestrado, me dijo que pensaba irse del país, así, un día. A mí me entristeció ese deseo de huir y le hablé de lo que no va a ver en otra parte, le hablé con un deseo secreto de que lo recordase, cuando fuese mayor, cuando fuese gay o estuviese tristemente casado, cuando paseara por las calles de Inglaterra o California. Él entonces asentía como si no entendiese muy bien. Contestó un par de veces su celular, a mí me sorprendía que hablase cual si tuviera un asunto muy importante que resolver. Yo le decía que todo estaba bien, que no tuviera miedo, que el mundo -y parecía verdad- era suyo. De pronto, las notas de una canción lo hicieron levantarse: -Mira, escucha, escucha- una canción que he escuchado miles de veces- Esa, esa es mi canción. It's the terror of knowing what this world is about. Entonces se acercó al chico rubio, lo tomó de las dos manos, y sí, comenzó a besarlo.




5 comentarios:

ophelias said...

Pero qué agradable sorpresa Nidia! Me encantó esta pequeña crónica, toda, todita ella. Creo que aquí hay una veta importante por desarrollar, eh? No lo eches en saco roto. Repito: Me encantó.

Saludos y abrazos muchos.

Elizabeth said...

Muchas gracias, querida Ophelias. Veré qué puedo hacer con esto, en realidad fue una experiencia bien rica, cada vez que escuche Under pressure voy a recordar a este niñito. ¡Vámonos de viaje! Un beso y un abrazo grande, grande.

Q. Johnson said...

Nidia, Nidia a qué lugares más te llevaré de la mano.
Te amo amiga.

Mariela Alatriste said...

Madre mía...

Elizabeth said...

Yo también te amo, lo sabes.