Gatos verdes en la espalda
3 Comments
»
Me preguntan cuál es mi libro favorito. Me pongo nerviosa. Pienso unos segundos y pasan dos, tres, cinco títulos por mi cabeza. No me atrevo a decir ninguno. Contestó que no sé, que hay "varios". Pienso que la variedad, la relatividad que tanto angustió a Einstein me va a salvar. Pero no. Me preguntan entonces cuál es mi autor favorito y me entran unas ganas tremendas de huir. He ahí que Nidia comienza a pensar en Aristóteles y de ahí en la tradición oral y llega el Quijote, Quevedo y no hay vuelta atrás, después de Quevedo no hay nada que pueda hacer: sobre mi pobre cabeza, implacables, un tumulto de retratos y fotografías: hombres de bigote recortado, con sombrero, cuartos solos, mujeres con camafeo, cabezas dentro de la estufa, rizos, árboles de cerezo, espadas enmedio del vientre. Después me preguntan a quién admiro y la verdad es que me siento la más soberbia de los mortales. "No admiro a nadie", contesto. Y es que para mí hay una diferencia entre reconocer el trabajo de alguien y admirar, de perderse en la belleza como con el mar y ciertos, sólo ciertos, rostros. Hoy tengo que reconocer que sí admiro a alguien, que sí soy fanática de alguien y además no debo soñar con acercarme. Eso, admirar, de alguna manera me hace sentir bien, tan bien que quiero gritarlo: soy fan de ese muchacho, ese niño que un día pintó gatos verdes en mi espalda.