Los caminos múltiples, de hablar de lo que todos hablan, besos y recuerdos



Últimamente camino mucho. Camino más de lo que escribo. Camino, incluso, más de lo que leo. El ejercicio que me propuse es el siguiente: caminar. Una pierna, luego la otra. Un brazo. El otro brazo. Sólo caminar sin caer en la tentación de leer todo lo que está escrito en los escaparates o de escuchar las conversaciones, a veces indescifrables, de los otros transeúntes (esos otros normales transeúntes que caminan por necesidad, impelidos por el deseo de verse en otro lado, siempre en otra parte). Yo, como se sabe, no necesito llegar a ningún sitio. Yo, como los perros, sorprendo a las esquinas. Doblo donde se me antoja viento y si siento miedo, listo, comienzo a desandar, a meter mis pisadas de nuevo en el bolsillo para tirar las huellas hacia otro sitio. No leo. No escucho. Hasta podría decir que casi no miro. Sólo camino y huelo. Sólo camino, huelo y pienso.


Por alguna razón me he acostumbrado a guardar olores. Hoy, por ejemplo, huele a petróleo. Huele a dieciocho años y no a once. Huele a mí arreglando mi cabello. Huele a mis ojos sin maquillar y también huele a besos. Besos de mentira y besos de verdad. Es quizá el olor de hombros desnudos, de panteón, de viernes por la noche en cualquier auto escuchando historias de piratas y fantasmas, de mujeres fatales y de marineros errantes. Así, camino. Si me voy, es sólo por el placer de volver.
Y es que caminando los recuerdos toman otra dimensión. No hay un día igual a otro, y sin embargo durante un mismo día, como en una caja china de estaciones, se encuentran tantos otros días pasados que el recuerdo se me vuelve múltiple. (Jamás, nunca más una postal el recuerdo. Jamás, nunca más estático el recuerdo) Un olor, una planta, un color, una nube, una luz que desaparece y se vuelve otra, me llevan del olor a plastilina a la banca de un parque por la noche. Cada cambio en la dirección del viento, cada aroma nuevo que se avecina, me hace saltar de un año a otro, de un rostro a aquel más, de una sonrisa al secreto que hay detrás de lo que no dije, y de allí a ese otro que hay detrás de lo que sí dije. Me reapropio del color. Del cosquilleo de las fosas nasales. Somos mi nariz y yo. Mis ojos y la luz (las luces) del agua y del día. Sólo así el agua es agua y el día es días, sólo de esa forma vuelvo a hacer mío el recuerdo que no, no se queda...


(Caminando los veo pasar uno tras otro el recuerdo no más caminando los veo pasar: un recuerdo canoso, un recuerdo flaco, un recuerdo tonto, un recuerdo niño, un recuerdo de camisa de cuadros, un recuerdo malpeinado, el recuerdo maltratado, el de los ojos cerrados...)

1 comentarios:

Luis Gonzalí said...

Fíjate, a mi me pasa algo muy simpático. Yo camino como tú, pero sustituyo los olores por pensamientos. Y cuando camino soy el más profundo de todos. Cuando camino acuño filosofías que nunca he leido y que nunca antes había pensado.
Cuando camino me abtraigo por completo, y si es de noche y hace frío mejor.
Mientras camino he intuido el universo completo y la verdad que él guarda. Pero cuando me detengo he intento nombrarlo, escribirlo o analizarlo, todo se esfuma... Mis pensamientos entonces se vuelven ridículos. Ya no hay verdad, ya no hay filosofías.
Sólo quedo yo, en la noche fría, llegando a mi destino, aunque en el camino haya sido un dios que vio la verdad a los ojos, al llegar sólo soy sombras... Sombras nostálgicas que muy apenas pueden asir la perilla de la puerta que tienen que abrir, y que nada recuerdan, y que nada son.
Por eso yo también camino E, para intuir el universo, para poder estar por encima de él.