Del día que compré el amor de un hombre
Para Enrique y sus preguntas tan difíciles
Y resulta que un buen día compré el amor de un hombre. Fue una transacción sencilla; simple como el Bleu nude. (Subasta: un hombre. Mis manos, bolsillos rotos. Yo una frase; un peso con cincuenta centavos. El amor del hombre es tuyo. ¿Es mío? El amor. Vendido a la señorita de la frase y el peso. ¿Es mío?)
Y entonces me encontré de nuevo en mi habitación; un librero, un gato, yo y... el amor de un hombre.
El nuevo inquilino me provocaba cierto desasosiego. El amor, así en esencia, es tan extraño...Lo miré largamente. Era una enorme masa gelatinosa, cálida, que se movía a placer por los rincones de la estancia: de la cama al techo, del techo a la ventana, de la ventana a la cama. Sin embargo, su rostro amorfo, su temblorina, producían en mí algo muy parecido a la ternura. A ratos, cansado de brincar de un sitio al otro -quizá vencido por la nostalgia- el amor tomaba la forma de una silueta, la silueta de aquél que lo había contenido durante tantos años. Ese gesto, ese atisbo de tristeza, me partió el corazón. Pero aún así, ¿qué hacer con él?, ¿dónde ponerlo?, ¿cómo consolarlo? Era como un cachorro. Como un fruto tierno arrancado del brazo que lo mece. Apenas la primera estrella, lo tomé entre mis manos y lo arropé lo mejor que pude.
-Durmamos, amor...- le propuse- y mañana... mañana.
Pero amor no contestó. Amor no se movía y yo esa noche me dediqué a contarle historias de otros amores: amores fugaces de una noche, amores niños de tijera y pegamento, amores valientes, amores ancianos, amores eternos de polvo y muerte. Y el amor del hombre dormía, soñaba quizá con no ser un amor comprado, sino uno de esos amores del primer beso y las manos que tiemblan.
A la mañana siguiente, decidí buscar un buen sitio para el amor del hombre. -El armario- pensé. Pero la sola idea de imaginarlo preso, sin posibilidad de ser silueta o canto o flor, me dolió. Decidí entonces colocarlo en la puerta de la casa. Así, cada que llegase un visitante se toparía con el amor del hombre, y sentiría -aunque fuese por un momento- ese empujón desde la tripa hasta muy enmedio de la frente, ese como abrazo transparente que aquella masa gelatinosa irradiaba. Sobra decir que no duró allí más de 15 minutos. Cuando el repartidor de agua hizo su aparición y se topó de frente con el amor de un hombre, se alejó presuroso sin dar mayor explicación.
Y es que el amor de un hombre, así en esencia, es tan extraño...
¿Qué hacer con él? No podía tirarlo a la basura. Tampoco quería abandonarlo por allí, a su suerte, a ese amor tan gelatinoso, tan puro, tan simpático. Desesperada me puse a llorar. Había comprado el amor de un hombre y ahora no sabía qué hacer con él. Qué problemático. ¿Cómo devolverlo? ¿Cómo decir "no quiero el amor de este hombre porque no sé qué debo hacer con él"? Y de pronto lo descubrí... allí estaba él, junto a mí. Allí estaba el amor del hombre, ya no como esa masa gelatinosa de brincos y temblores. Estaba allí, junto a mí, convertido en otra cosa, quizá en un nuevo amor de palmadas en el hombro y pañuelos contra el llanto. El amor del hombre dejó de saltar y comenzó a ser amor, amor que cura. Aquí, allí, en mí. Porque yo no sé qué hacer con el amor de ese hombre. Porque yo no sé qué hacer con el amor. Porque así es. Porque yo no hago nada. Porque él hace todo. Porque no sabría que hacer si él no hiciese todo.

3 comentarios:

Enrique said...

Quise hacer que mi respuesta fuese privada, pero como mi correo no funciona y no lo pude mandar, lo dejé ser abierto, más de nadie, parecido a como deben ser las cosas puras. Aquí el comentario íntegro:

...Nidia, me ubicas en una encrucijada magnífica: hay un camino a través del cual cabe estar conmovido por tus palabras; otro que se parece al andar apabullado; luego está uno hacia el recuerdo de las esencias; otro va por la percepción de los fantasmas; hay uno que invita al silencio; otro incita el olvido; otro parecido pero más dramático y menos fatal es el del arrepentimiento. No sé que haya que comentar que no manche tu tributo. Creo que opto por decir poco, muy poco, tan poco como para responderte en privado, como si fuera un secreto. Elijo darte las gracias primero a ti y en segundo lugar a la fortuna porque hay al menos un amor de hombre que fue cuidado y atendido como un habitante más de una casa. Qué bueno que se pueda adaptar a ti, que forme parte ya no de la casa sino del hogar. Las esencias hacen esas cosas, ¿verdad?, se van limpiado de afecciones, de van borrando de nuestra conciencia sus orígines, y vemos que esto es bueno.

Amalia Z. said...

Disfruté mucho esta entrada.

Elizabeth said...

Gracias a los dos, gracias porque si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor... de nada me sirve.
Creo en en el amor benigno, sin envidia, que no se envance y no hace nada indebido... en el que no busca lo suyo, no se irrita y goza de la verdad. Creo que es el amor el que lo hace todo.