De mis encuentros epifánicos

I
No fueron los versos. Tampoco los ojos tristes mientras leía para mí con una lentitud ajena. La mirada despacio tendiéndose sobre la hoja; tan despacio como si la tarde fuera un pretexto. La tarde un muro para reflejar la voz.  Pensé que por primera vez escuchaba. Una voz en la que los sonidos aparecían límpidos, sin resabio.

II
Entonces algo vuelve a pasar por el corazón: es la mudez. 

III
Se ha detenido. Le pido que continúe leyendo y sus ojos abandonan el legajo. Me mira pero yo prefiero no. Algo en mí se agita. Algo que apenas es un tintineo. Un sonido que no distrae pero que minúsculo, leve, estalla detrás de los párpados.
Opacos, los rostros se multiplican. Una maraña de rostros, nada más. Una epidemia de inocencia ajada. Enmedio, no fueron los versos ni los ojos tristes; fue la tibieza, ese lazo.

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