Twist and shout

Pienso en la voz. Y a ese pensmiento lo acompaña un levísimo dolor de cabeza.
Mi voz no es la que hubiese deseado. Hay en ella un dejo dulzón que a nadie, salvo a mí, parece extrañarle. Hay en mi voz, quizá, cierta ingenuidad manifiesta. Una ingenuidad de la que los otros parecen solazarse, de la que nadie advierte las costuras. Adivino que a mi voz le ha sido negado el grito. Que la voz igual que mi cuerpo: negado el choque, el golpe, los otros cuerpos sobre el uno cayendo como naipes.Yo propongo otros cuerpos sobre el mío. Pido el tropel; el peso que nunca es bastante.
En mi voz cualquier modulación desata el desconcierto. Un hilo que mi débil voz. En los ojos la duda. En los cuerpos, frente a la fragilidad el temor. (La mesura, un falso caer, apenas un roce.) 
Pienso después en la sonrisa. Una, la mía, a la que se le niega el no. Recuerdo, por ejemplo, las sonrisas de mi madre. Su sonrisa no es una afirmación, no permite inexorablemente irrumpir. Su sonrisa no es una puerta siempre abierta, un vano, una sombra, donde quien viaja habría de detenerse a observar.
Vuelvo a la voz y me entristece. Pensar que mi voz, esta voz, está destinada al susurro, a las melodías que nunca en la superficie, a esas que llaman segundas voces, a ciertas, y sólo ciertas palabras.


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