Zona musgo-Allegro
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I
En la ciudad llueve. La lluvia opaca los susurros. Dos pasos más allá del escalón, no hay nada que me resulte desconocido. Aquí, la mía, es una forma extraña del recuerdo: una que vive en variantes.
II
Cada figura es otra cosa. Lo incierto. Un rasguño intuye una fractura; detrás de cada puerta se yergue lo que separa: la diferencia. Camino por el andén y tengo la sensación de que hay alguien que me espera. Presiento el juego. El torniquete es ahora un puñado de flores azules. No hay distancia entre ambos. Hablo de lo inmediato, lo súbito. Ahí no hay más proceso que la simplicidad de lo mirado. Esta vez prefiero no escapar. Observo las rosas, su ajeno color, porque la que está aquí no quiere ser yo.
III
Ahora soy quien se convierte. Me paro debajo del techado, me parece lógico.Hay civilidad en mí; hay una pasión domesticada con esmero, una nueva forma de recato. Así me presento y en consecuencia prefiero sentarme a buen resguardo. Desvío mi atención a lo que he llamado importante. Ese peso. Garabateo una o dos notas sobre el libro y finjo que es eso lo vital, si levanto la mirada es sólo para vigilar la fila de autos que se aproximan al lugar en el que esperan los viajantes. Para la espera no hay tiempo, me he dicho. Habrá que hacer breve el momento, enrejarlo. A lo lejos descubro el auto blanco. Me pongo de pie y no hay distancia: soy yo la que busca los charcos, soy yo la que otra vez corre extasiada bajo la lluvia.
IIIB
Llevo el cabello empapado. Mis pies son las aletas y la ciudad cambia tan lento. En el primer recorrido, no necesito más, descubro. Un escenario. Algo muere, en su lugar algo más, tan parecido. Quizá sea la inmovilidad la clave del tiempo. Soy yo lo móvil. Soy yo la perseguida. En la ciudad, tan sí misma, idénticos vicios. No puedo huir donde la evanescencia es un continuo. No hay forma de escapar de lo que escapa. De lo que en los detalles siempre al límite, a punto de extinguirse. Las pequeñas cosas. Ahí el mismo verde, la misma exuberancia amenazando con tragarlo todo. La otra vida que late con la certeza del triunfo. Nada sobrevivirá. Por todas partes, la humedad.
IV
En este recuerdo no hay nostalgia. No hay dolor. No tengo la mínima intención de empatar las imágenes. Digo no a la acción. La certeza es que llegaré a un punto. Se trata de tirar los dados. En mí la misma ignorancia de quien se entrega al azar. Me repito que no puedo huir de los rostros conocidos, del vértigo. No hay más que hacer, el azar está en otra parte. En los detalles, me repito. Camino con los ojos bien abiertos, nada busco. Sé que si buscase un solo rostro, el ansiado, jamás podría volver a encontrarlo.
V
En cierto momento me embruja el mecanismo. El recuerdo no obedece a nada. Frente a la esquina de mi casa, mi casa, nada entrañable. Por el contrario, la imagen de un hombre de cabello teñido y cuchillo en mano. En la parada del autobús ningún amigo, pero sí yo misma en la madrugada, sentada enmedio de la carretera mientras espero el golpe de unos faros en la frente. Tengo la sensación de que alguien me espera. De que hay un hueco justo del tamaño de mi cuerpo. Puedo insertarme pero no tengo dominio. No hay discurso que medie entre yo y lo que por sí aparece y desaparece. Sin embargo intuyo que puedo hacer de cualquiera de las posibilidades la posibilidad. Comienzo a pensar que sí, que alguien en casa me espera. No puedo refrenar la tentación de hurgar en mi bolso y me espanta el presentimiento de encontrar ahí unos lentes de pasta, el llavero de pez, un talón de cheque. Las cosas perdidas, todas, las de la infancia. Meto la mano, tiemblo por costumbre. Meto la mano y cierro los ojos para no mirar.
VI
Disparar es el verbo. La ciudad es una resuelta fotografía de sí misma. Es la ciudad su mejor representación, la mejor metáfora de sí. Sé que es perfecta. Nada me separa del vocablo visión, de la palabra fantasma. Una continua diáspora. Un continuo exilio. Imperturbable la ciudad es tan sólo diversa detrás de los párpados. Todo lo demás una entelequia. Una red atrapasueños. A través de la ventanilla observo las formas. Miro a los que ahí forman parte del paisaje. No soy yo el sujeto. Es ella. De aquí nada me llevo, no podría, es en ella lo que ahí, sólo entonces permanece.
En la ciudad llueve. La lluvia opaca los susurros. Dos pasos más allá del escalón, no hay nada que me resulte desconocido. Aquí, la mía, es una forma extraña del recuerdo: una que vive en variantes.
II
Cada figura es otra cosa. Lo incierto. Un rasguño intuye una fractura; detrás de cada puerta se yergue lo que separa: la diferencia. Camino por el andén y tengo la sensación de que hay alguien que me espera. Presiento el juego. El torniquete es ahora un puñado de flores azules. No hay distancia entre ambos. Hablo de lo inmediato, lo súbito. Ahí no hay más proceso que la simplicidad de lo mirado. Esta vez prefiero no escapar. Observo las rosas, su ajeno color, porque la que está aquí no quiere ser yo.
III
Ahora soy quien se convierte. Me paro debajo del techado, me parece lógico.Hay civilidad en mí; hay una pasión domesticada con esmero, una nueva forma de recato. Así me presento y en consecuencia prefiero sentarme a buen resguardo. Desvío mi atención a lo que he llamado importante. Ese peso. Garabateo una o dos notas sobre el libro y finjo que es eso lo vital, si levanto la mirada es sólo para vigilar la fila de autos que se aproximan al lugar en el que esperan los viajantes. Para la espera no hay tiempo, me he dicho. Habrá que hacer breve el momento, enrejarlo. A lo lejos descubro el auto blanco. Me pongo de pie y no hay distancia: soy yo la que busca los charcos, soy yo la que otra vez corre extasiada bajo la lluvia.
IIIB
Llevo el cabello empapado. Mis pies son las aletas y la ciudad cambia tan lento. En el primer recorrido, no necesito más, descubro. Un escenario. Algo muere, en su lugar algo más, tan parecido. Quizá sea la inmovilidad la clave del tiempo. Soy yo lo móvil. Soy yo la perseguida. En la ciudad, tan sí misma, idénticos vicios. No puedo huir donde la evanescencia es un continuo. No hay forma de escapar de lo que escapa. De lo que en los detalles siempre al límite, a punto de extinguirse. Las pequeñas cosas. Ahí el mismo verde, la misma exuberancia amenazando con tragarlo todo. La otra vida que late con la certeza del triunfo. Nada sobrevivirá. Por todas partes, la humedad.
IV
En este recuerdo no hay nostalgia. No hay dolor. No tengo la mínima intención de empatar las imágenes. Digo no a la acción. La certeza es que llegaré a un punto. Se trata de tirar los dados. En mí la misma ignorancia de quien se entrega al azar. Me repito que no puedo huir de los rostros conocidos, del vértigo. No hay más que hacer, el azar está en otra parte. En los detalles, me repito. Camino con los ojos bien abiertos, nada busco. Sé que si buscase un solo rostro, el ansiado, jamás podría volver a encontrarlo.
V
En cierto momento me embruja el mecanismo. El recuerdo no obedece a nada. Frente a la esquina de mi casa, mi casa, nada entrañable. Por el contrario, la imagen de un hombre de cabello teñido y cuchillo en mano. En la parada del autobús ningún amigo, pero sí yo misma en la madrugada, sentada enmedio de la carretera mientras espero el golpe de unos faros en la frente. Tengo la sensación de que alguien me espera. De que hay un hueco justo del tamaño de mi cuerpo. Puedo insertarme pero no tengo dominio. No hay discurso que medie entre yo y lo que por sí aparece y desaparece. Sin embargo intuyo que puedo hacer de cualquiera de las posibilidades la posibilidad. Comienzo a pensar que sí, que alguien en casa me espera. No puedo refrenar la tentación de hurgar en mi bolso y me espanta el presentimiento de encontrar ahí unos lentes de pasta, el llavero de pez, un talón de cheque. Las cosas perdidas, todas, las de la infancia. Meto la mano, tiemblo por costumbre. Meto la mano y cierro los ojos para no mirar.
VI
Disparar es el verbo. La ciudad es una resuelta fotografía de sí misma. Es la ciudad su mejor representación, la mejor metáfora de sí. Sé que es perfecta. Nada me separa del vocablo visión, de la palabra fantasma. Una continua diáspora. Un continuo exilio. Imperturbable la ciudad es tan sólo diversa detrás de los párpados. Todo lo demás una entelequia. Una red atrapasueños. A través de la ventanilla observo las formas. Miro a los que ahí forman parte del paisaje. No soy yo el sujeto. Es ella. De aquí nada me llevo, no podría, es en ella lo que ahí, sólo entonces permanece.