Corista sentimental


Soy una salvaje: una salvaje de agua. Hasta ahí nos habíamos quedado. Pero resulta que el agua, el agua cambia de temperatura con facilidad; cambia de líquido a sólido y otras veces se evapora y es un rumor en el aire, un relieve. Esta salvaje es también una sentimental. En este par de días he recibido tantas cosas, de tantas maneras distintas que no sé cómo tomarlo. La primera impresión es siempre la de aquél que huye de lo que por alguna razón roba; otra vez la que come el chocolate a hurtadillas, otra vez la que toma vestidos ajenos y se mira con recelo en el espejo mientras vigila que nadie la mire. Después la maravilla: una bolita de estambre un poco abajo del pecho, que va ascendiendo lento hasta quedar en la garganta y convertir su hilo en gotas, minúsculas gotas como minúscula la huida. Y es que resulta que recibo mensajes de auxilio de una mujer errante, ésa que si me abraza se borra el mundo, y de esa otra que es musgo en la piel. Resulta que tengo unos perros, acuáticos también, que me observan a la distancia, una posee una sonrisa a medias, el otro una carcajada que brinca como los peces de plata, los que son un rayo enmedio de la insípida tarde. Esa sonrisa teje, esa carcajada cura. Él es alto como un árbol, ella resuelta como las magnolias cuando crecen. Y eso no es poco. Y eso no es poco y pensé tenerlo todo pero alguien trajo la música a mi casa. Y ese alguien purificó mis oídos y yo escuchaba esos acordes y no podía hacer otra cosa que pensar que mienten las fotografías, que miente la cartografía que no da constancia sino de lo insustancial, de lo exacto, esa especie en extinción. Y pensaba en ese lazo que a sus manos me unen. E intuí que es irremediable. Y pensaba que es el mejor mal necesario. Y poco después resulta que he avizorado el rostro de los tránsfugas en plena fuga, que lo más al sur que imagino hay para mí una luz que baila, y que en su tintineo cabe un hombre que me enseña el mundo, que dibuja lo de ahí afuera mientras escribe cuentos, no de los intelectuales sino de ésos que son como una manta, como una taza de té o un sueño que no se despide pero permanece. Esos escasísimos sueños que no dicen adiós sino que resultan ser un nombre bordado en la espalda, una raíz.  Resulta que así como hay princesas y príncipes, uno más bello que el que le precede, hermosuras que no se comparan entre sí, he recibido en mi puerta la más hermosa de las plantas: y ahí están sus hojas quebradas, como delicadamente cortadas por mano maestra, su levedad y a la vez esa fuerza que la convierte en verde ola intacta, detenida sólo para que yo la mire. Resulta que así como hay la perfección he recibido la carta más hermosa que jamás en mi vida. Una carta que había esperado por el día de hoy, que siempre había estado ahí, velando mis pasos. Es esta la carta más hermosa, tan hermosa que no he de responderla. Tan hermosa que habla de las renuncias que no, pero también de quijotes, y de tripas y del universo que jamás se ajusta a sus propias reglas pero que se resigna a ser así, impredecible. Es una carta, la más hermosa, que dice todo en lo que calla: porque calla besos, porque calla huesos y carne y calles y estertores. Es esa carta tan terriblemente hermosa que seguro no podré responderla. Que no es la carta la que se acaba, son las palabras. Y es ahora que entiendo esas señales, esa canción repetida una y tres veces en escasas horas: You can't always get what you want/ But if you try sometimes you just might find/You get what you need. Y sí, lo tengo.

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