La cosa más simple-Oda a Cosmopolitan

Para todos los hombres que han pasado por mi vida.

Resulta que he vuelto a la dolce vita. En este periodo de refracción mi vida se parece mucho a ésa que sugieren las revistas dedicadas al sector femenino, Cosmopolitan, Elle, Vanidades, y demás sucesoras de aquellos hermosos manualitos decimonónicos que marcaron la conducta de hermosas señoritas que aprendían francés y en el piano tocaban igualmente bellas melodías para deleitar a la concurrencia. Así, me levanto a buena hora, tomo algún desayuno cuyo mayor mérito es existir y me dedico a leer, a pintarme las uñas, a pasear por parques y plazas comerciales donde recuerdo la consigna de atreverme a cambiar mi look y entro a todas y cada una de las tiendas tan sólo para medirme atuendos que jamás podré comprar pero que tampoco llevaría en ocasión alguna. Cuando el sol se va, salgo a tomar un café. Ayer, en el sitio de costumbre escuché una conversación entre dos hombres.  Ambos vestían corbata y traje y pronto adiviné que eran mucho menores de lo que creí.  Generalmente no presto atención a las conversaciones de mesas contiguas; sin embargo, la de ellos, con una o dos frases captó mi atención: me di cuenta que en realidad nunca había escuchado una conversación entre hombres, sólo entre ellos. Uno, él más agraciado, leía en voz alta el mensaje que le había enviado su ex novia. Precisó que no la perdonaría y comenzó a relatar cómo había entrado a su correo electrónico y había descubierto una carta que ella le había escrito a su ex novio, según dijo, hace un año.
-Una carta en la que ella parecía el caballero -dijo- tan bien escrita como a mí nunca. Él es el amor de su vida, repitió. Qué despedida tan cabal.
A mí me pareció ridículo que el hombre no pudiese perdonar la existencia de una carta escrita hacía más de un año. Me pareció ridículo que le hubiese dicho a esa mujer que no quería para sus hijos una madre, y esa palabra usó, como ella. Me pareció triste, y además patético, que ella enviara un mensaje, patadas de ahogado dijo él, en el que pedía disculpas y se desdecía de todo lo escrito, sí, hace un año. El menos agraciado dijo que él a su mujer nunca le decía lo maravillosa que era, que se lo decía a los demás pero a ella nunca.
-Creo que ella ya lo sabe- dijo.
El guapo respondió:
-Claro, pero parece que les gusta que se los digas, no sé por qué.
- Bueno, ella siempre me lo está repitiendo a mí, a mí me ayuda, pero simplemente no creo que en mi caso sea tan importante hacerlo.
De ahí cada uno comenzó a hablar de los ex novios de las mujeres en cuestión. Todo lo sabían por facebook, por el correo electrónico, por el celular; en suma, por espiar, por acuchillar por la espalda, por buscar como desesperados algo que les confirmara lo que no son. Sorprendentemente, y no se me escapa que su ego se elevaba, eran unos tipazos. Como en los cuentos en donde la princesa más bella es opacada líneas después por una mujer que es el doble de bella y luego una tercera cuya hermosura no se compara con nada que se haya visto, así los ex novios en cuestión iban superándose unos a otros, hombres que ellas habían despreciado por estar con los compañeros de café: Audi A4, ojos azules, ojos verdes el otro, trajes de marca, altísimo, -no, mames, súper estudiado- puestos importantes, jefaturas, pero no, concluyeron, a  ellas no les importa el físico, es lo de adentro lo que les importa. 
Gran error, pensé. Pero pensé también en todas las cosas que he tenido que escuchar últimamente respecto a las relaciones entre hombres y mujeres. Amigas que se ejercitan sexualmente para con el sexo, según ellas, amarrar al hombre de sus sueños, a ESE que dejó de llamar hace dos semanas; amigas golpeadas, engañadas una y mil veces, atadas a la soledad con un hombre gordo e indiferente pegado a su espalda, amigas que descubren mensajes y se creen cualquier excusa, que llaman al celular de su hombre a todas horas, amigas a las que no les contestan el teléfono ni los mensajes, a las que les contestan uno de tres. Todas, debo decir, inteligentes. Exitosas en otros ámbitos. Esos detalles me sorprendieron y me puse a pensar en los hombres que han pasado por mi vida. Por mi cabeza pasaron sus rostros, tal como los recuerdo, sus olores, su tono de voz. Pensé en ellos y descubrí mi suerte, mi bendita suerte que rehuye a los hombres villanos, los de telenovela, los machistas, los lugar común. Todos, de los que me enamoré, los que de mí se enamoraron, el que estoy condenada a buscar en todos los demás, el que huyó, los obsesivos, el inalcanzable, tienen un común denominador: fueron conmigo algo más que encantadores, dijeron la verdad.  Y eso, eso lo agradezco.

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