Aquí no está la vida

I
Hay una premisa básica: todos tenemos algún talento. No me pregunten de dónde nació esa idea. Así lo dijeron voces invisibles, así después la parábola de los talentos, así el primer buen salvaje y lo repitieron como una ley las abuelas, las madres y las hijas. Desde entonces todos lo hemos creído. Hemos confiado ciegamente en eso. En esa fe habremos reposado los más pesados prejuicios, en esa esperanza habríamos de callar y asentir con desgano: "Alguna gracia debe tener".
II
Después alguien dijo: el talento no basta y vio que era bueno. La gracia no basta: y vio que aquéllo también era bueno. Y después, pensando más de la cuenta, agregó: "Que se reproduzcan los talentos mas no sin dolor, con el sudor de la frente del hombre sean las mesas y los acordes produzcan melodías y los colores sean sólo sí mismos en las alturas y que así las palabras sean nudo hermoso que se desata verso". Y no pudo pensar que eso era otra cosa sino bueno y fue entonces que todos tomaron sus cinceles y robaron piedras sobre tumbas y  se olvidaron de cantar para encerrarse a cal y canto a garabatear elevados pensamientos y se olvidaron de tañer y bailar en los caminos para repetir en la buhardilla armonías exquisitas. Y así, sobre la faz, el hambre.

III

Hay padres que se dan a la tarea de encontrarle una gracia a su hijo. Conmigo no fue el caso. Me gustaba la danza. Cuando era pequeña me maravillaba ver a esos cuerpos que dibujaban figuras en la nada, que jugaban a placer con el espacio y emergían dando saltos como si sus pies fueran de nube. El atuendo de las bailarinas era otro de mis fetiches. Amaba esas falditas de tul, las mallas debajo, los pies enfundados en las zapatillas. Sobra decir que ése no era mi talento. Yo amaba la danza pero la danza no me amaba a mí. Me gusta a veces pensar que todavía no estoy completa, que todavía no descubro mi talento. Muy rápido aprendí a hablar y poco después a leer; sabía leer y escribir cuando la mayoría de los niños, en aquellos tiempos, todavía ni siquiera asistían al jardín. En casa esa era la diversión, en parte porque bajo el pretexto de que vivíamos en una calle muy transitada Los autos no dejaban de pasar y muy a menudo en contrasentido. Así las cosas, a mi madre le daba pánico que mi hermano o yo saliéramos a jugar a la calle. Para entretenernos le bastó hacernos así: adictos a las historietas semanales, a los libros de cuentos, a las láminas para colorear, a los datos, a las lecciones.  Y junto con pegado ese fue mi talento: estudiar. Un día me subí a ese tren y a veces, a veces quiero bajar.

IV
No es que me falte pasión -dije. Es sólo que a veces no puedo sino sentir que ahogo lo mismo que a mí me oxigena. Todos los días convierto en un esquema, en algo tan mecánico, eso que amo. Y el amor no tiene explicación.
Me gustan las clases. Por lo menos, hasta ahora es lo único que he descubierto que sé hacer bien, de manera sencilla y que me permite asegurar un futuro más o menos estable. El problema es tener que tomar un poema, uno que diga algo como, otra vez Eyes I dare not meet in dreams y deber asestarle una puñalada en los ojos: partir dare con el atrevimiento todo de mis 26 y hacer calzar ahí algo cuya explicación está en otra parte. A la mierda la experiencia estética. A la mierda cualquier emoción, cualquier fibra dislocada, cualquier expresión incorrecta y poco sistemática. Y ni hablar de una pequeña, inocente, lágrima. Ni  hablar de un "simplemente es bello", porque después hay que recibir los aplausos de otros, que como yo, no son sino expertos en anatomía, falaces, habilidosos para la abstracción y, por qué no, para el discurso: simios cuyas gracias aplauden otros de su especie, sólo de su especie, aunque más de alguno quiera decir: la literatura no está fuera de la vida, señores, pero nosotros sí.  Y así es que a veces quiero soltarlo todo. Leer con esa inocencia de quien conoce por primera vez el cuerpo que desea, con todo el tiempo y la gana de sentirme yo la protagonista de la historia y defender con la propia vida que lo ahí escrito pasó y de pronto, a mitad de una clase, sin saber cómo ni por qué, propagar el pánico, diciendo: We are the hollow men.

2 comentarios:

Anonymous said...

Como un wishful thinking, me he repetido eso (todos tenemos algún talento) muchas veces, seguro más allá de la sutil línea entre lo saludable y lo obsesivo... ¡já!

Sin embargo, si amplío la imagen (de mi vida), no dejo de percibir ese pensamiento como una especie de ambición que se alimenta a sí misma -como todo pensamiento-, siendo su persistencia su único fin (y no la ansiada manifestación de algún talento maravilloso). Digan lo que digan, la ambición es un estorbo para la tranquilidad...

Me gusta tu blog. Saludos desde Monstrova,
Esbed

Elizabeth said...

Sí que lo es, Esbed, y hay quienes convierten esa persistencia en algo positivo, no siempre es el caso. Me da mucho gusto leerte y saber que pasas por aquí de vez en cuando. Muchos saludos hasta allá.